A juzgar por los gestos iniciales, la relación entre Fidel Castro y Kirchner tenía otro destino. El líder cubano estuvo en Buenos Aires para la asunción de Kirchner, en mayo de 2003, respondiendo a una invitación de Eduardo Duhalde. Castro tenía motivos para la visita. Argentina y Cuba habían separado sus caminos a partir de la política de relaciones carnales de Carlos Menem, que convirtió en costumbre votar en contra de la isla en la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas. Esta decisión, que cambió la tradición argentina en la materia, tuvo una inesperada continuidad durante el gobierno de la Alianza que generó aquel “lamebotas de los yanquis”, en una airada consideración de Fidel hacia el fino canciller radical Adalberto Rodríguez Giavarini.
Recién con Duhalde Argentina volvió a su histórica posición abstencionista que Kirchner prometía continuar. Castro llegó a la Casa Rosada y fue recibido con todos los honores. Mantuvo una reunión de una hora con Kirchner, donde habló de la necesidad de que Argentina, Brasil y Venezuela impulsen un cambio en la región. “Cuando quiera está invitado a La Habana, siempre que no le genere problemas”, le dijo entonces Fidel a Kirchner. En aquella visita, la primera al país desde 1959, Castro convocó a miles de simpatizantes frente a las escalinatas de la Facultad de Derecho. Se fue encantado de la Argentina.
Recién con Duhalde Argentina volvió a su histórica posición abstencionista que Kirchner prometía continuar. Castro llegó a la Casa Rosada y fue recibido con todos los honores. Mantuvo una reunión de una hora con Kirchner, donde habló de la necesidad de que Argentina, Brasil y Venezuela impulsen un cambio en la región. “Cuando quiera está invitado a La Habana, siempre que no le genere problemas”, le dijo entonces Fidel a Kirchner. En aquella visita, la primera al país desde 1959, Castro convocó a miles de simpatizantes frente a las escalinatas de la Facultad de Derecho. Se fue encantado de la Argentina.
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