La hostilidad norteamericana Alguno podrá preguntarse, si acaso es vanidad nuestra por los inmensos honores que ustedes nos han concedido. No, no es eso en lo que pienso. Cuando hablo de gratitud eterna es porque este pueblo de Buenos Aires está enviando un mensaje a aquellos que sueñan con bombardear nuestra patria, nuestras ciudades (Aplausos y exclamaciones de: “¡Cuba, Cuba, Cuba, el pueblo te saluda!” “¡Bush, fascista, vos sos el terrorista!”); a aquellos que sueñan con destruir ya no solo la Revolución, destruir al pueblo que fue portador de esa Revolución y que fue capaz de resistir más de 40 años de bloqueos, de agresiones y de amenazas contra nuestro país (Aplausos).En circunstancias como esas no se pueden calcular solo los niños muertos, o las madres que han muerto, o los ancianos que han muerto, o los jóvenes y adultos que hayan muerto. Hay ocasiones en que quedan los sobrevivientes tan mutilados y tan destrozados, que uno se pregunta si estando en esas circunstancias no preferirían cien veces más morir que seguir viviendo de aquella forma, como consecuencia de algo que se realizaba sin razón de ninguna clase, ley ni justificación, que no fuese la violación de las normas internacionales, la violación de las leyes que creíamos que regían este mundo; aunque muchos de nosotros sospechábamos que este era un mundo donde lo que menos se respetaba era la ley y donde se estaba estableciendo el principio de la fuerza como única justificación para cometer cualquier tipo de crímenes, para someter a nuestros pueblos, para conquistar nuestros recursos naturales, para imponernos lo que ustedes decían, una tiranía nazifascista mundial (Abucheos). No es exageración, ni uso excesivo de palabras, por nuestra parte, cuando escuchamos un día decir que 60 países o más podían ser blanco de ataques sorpresivos y preventivos; nadie jamás en la historia, ningún imperio, hizo semejante amenaza (Abucheos).Cuando se hablaba de estar preparados para lanzar cualquier ataque a cualquier oscuro rincón del mundo, no recuerdo haber escuchado jamás esas palabras. Cuando se dijo que cualquier arma podía ser utilizada, lo mismo armas nucleares, que armas químicas, que armas biológicas, aparte de las supersofisticadas armas que ya no tienen nada de convencional, porque son capaces de causar cualquier tipo de destrucción, recordábamos eso: ¿Qué derecho tiene alguien para amenazar de esa manera a los pueblos? Me pregunto si también aquí, en este acto, porque no hay mucha luz, hay que encender muchos más bombillos para que no seamos un oscuro rincón del mundo que atacar sorpresiva y preventivamente (Aplausos).Claro que esta plaza y esta escalinata que aquí vemos no es un oscuro rincón, es un rincón lleno de luz, lleno de millones de luces. Esta plaza y esta escalinata es como un sol, como el sol ese que vimos al llegar aquí o vimos esta mañana cuando visitábamos la estatua de Martí para colocar una ofrenda floral en aquel punto (Aplausos). (Del público le dicen algo.) Sí, pero en la de San Martín era todavía un poquito más temprano, pero ya el sol era muy fuerte, y razoné: ¡Caramba!, nuestro sol es fuerte, es sobre todo caluroso, y pensaba: Este sol no es tan caluroso, es decir, el clima es frío, pero el sol era superresplandenciente. Se le veía una gran fuerza al sol; porque aquí hay dos soles en este momento: el sol que vimos esta mañana y el sol que hemos visto a nuestra llegada a este país, y el sol que estamos viendo aquí en esta escalinata y en esta plaza. Son las ideas, son las ideas las que iluminan al mundo (Aplausos), son las ideas, y cuando hablo de ideas solo concibo ideas justas, las que pueden traer la paz al mundo y las que pueden poner solución a los graves peligros de guerra, o las que pueden poner solución a la violencia. Por eso hablamos de la batalla de ideas.Pienso –porque soy optimista– que este mundo puede salvarse, a pesar de los errores cometidos, a pesar de los poderíos inmensos y unilaterales que se han creado, porque creo en la preminencia de las ideas sobre la fuerza (Aplausos y exclamaciones), y eso es lo que estamos observando aquí.Yo no tenía el propósito esta noche de pronunciar una arenga, más bien me sentía en el deber de ser cuidadoso en mis palabras. Claro, pensaba hablar principalmente de nuestro país y del mundo, y es lo que estoy haciendo, pero no puedo hacerlo sin verlos a ustedes aquí, sin estarlos presenciando en este acto. Mi idea más bien, ya que me hicieron soñar también con un salón tranquilito y sentaditos allí, pues pensaba en una cuestión que es la siguiente, decía: “¿De qué debo hablarles a los argentinos?” Pronunciar undiscurso en cualquier lugar siempre es complejo, no es fácil, hay que evitar decir una palabra que pueda lastimar a alguien o que parezca alguna injerencia –y no creo que haya pronunciado una sola que parezca la más mínima injerencia en los problemas internos del país hospitalario en que me encuentro–; pero decía: “¿De qué debo hablar?” Y me planteaba una cuestión: Los oradores suelen imponerles a los que los escuchan el tema, piensan hablar de tal cosa y más cual cosa, y entonces yo tenía una idea: no plantear ningún tema, sino preguntarles a los estudiantes, que suponía sentaditos allí, que me dijeran qué temas les interesaban: Pregúntenme de cualquier tema que a ustedes les interese, sean ustedes los que me impongan el tema y no sea yo el que les diga el que mejor me parezca; me parecía más democrático y más justo. Eso es lo que pensaba antes de que ocurriera el terremoto este, el maremagno, el huracán que se produjo alrededor de esta universidad en las horas del anochecer. Al llegar aquí miraba si aquella técnica sería posible, y ya no era posible. No obstante, creo que alguien dijo por ahí..., oí una voz que me dijo: Hábleme de algo (Le dicen que del Che); la vida del Che (Aplausos).
Proxima publicacion, 11/12/2007 "El Che" por Fidel Castro
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